Veamos. A principios de los noventa los niveles de gobierno no se encontraban en competencia. La Administración municipal era fundamentalmente de servicios, no se tenía casi responsabilidad sobre el desarrollo económico. El gobierno federal era el agente económico, teníamos una economía cerrada, muy proteccionista, la competencia se daba en el mercado interno. El Alcalde tendía a ser un barón local poderoso, controlador de su partido a nivel local, capaz de negociar y obtener beneficios del poder central.
En la primera década de este siglo todo cambió. Ahora la autoridad municipal compite con otras autoridades representativas. Participa en una comunidad urbana local y global. El desarrollo económico es una obsesión. Experimenta con privatizaciones, ONGs y los instrumentos de la nueva gestión pública, así como con gobierno electrónico. El mapa de actores se ha hecho más complejo y fragmentado. La cultura civil y política ha cambiado. El rol de los partidos también. Ahora la clave del buen gobierno ya no reside en la gestión interna de las organizaciones públicas, sino en la calidad de las interacciones entre éstas, la sociedad civil y el sector privado.
La globalización se asienta en un sistema red cuyos puntos nodales son las ciudades. En el mundo actual las ciudades son las locomotoras del desarrollo nacional y arrastran al conjunto de la economía si son capaces de crear un clima adecuado para los negocios con servicios atractivos, infraestructuras urbanas y calidad de vida en general; y especialmente si se esfuerzan en buscar la colaboración entre el sector público, el privado y las asociaciones y grupos comunitarios.
A lo largo de la era priista la situación fue de relativa calma, se explica por la institucionalización del poder y el establecimiento de reglas para el acceso al poder. Pero el fin de la era priista no llegó cuando el PRI perdió la presidencia. El primer gobierno no priista mantuvo intacto todo el andamiaje institucional y conservó incólumes las estructuras de poder del viejo régimen. Esto favoreció el deterioro sistemático de la vida política nacional, impidió la formulación de una agenda de reforma económica y erosionó el potencial para construir una democracia moderna. La globalización, al reestructurar el territorio, ha cambiado el concepto de ciudad. La ciudad hoy desborda la realidad concreta de un territorio y una población. Las ciudades de la sociedad global y del conocimiento se definen por la posición que ocupan en las estructuras reticulares de ciudades en las que se insertan. Estas estructuras se caracterizan por una configuración muy variable que depende del posicionamiento y de la asignación de roles entre las ciudades y los territorios. En el marco global importa la ciudad de Monterrey y su zona conurbada, no Nuevo León.
En este nuevo contexto, gobernar una ciudad consiste en incidir en las redes que configura cada urbe. Todo ha cambiado, necesitamos un enfoque que integre la gobernabilidad, la competitividad económica y la integración social como variables interdependientes. Para ello se requiere que la sociedad logre a la vez acrecentar su capacidad de autogobierno democrático, mejorar su competitividad económica y enfrentar los principales problemas de exclusión social y pobreza.
Estamos ante la emergencia de una nueva lógica del conflicto, que ya no se da entre el Estado y los distintos actores sociales y políticos, sino respecto a la dirección cultural de la gobernabilidad, la competitividad y la integración social. Este nuevo paradigma de conflictos exige que cambie esta situación en la que nos tiene el gobierno de Calderón. México no puede seguir así. Requiere retomar el rumbo de la competitividad frente a otras naciones para evitar poner en riesgo el fino tejido social que sustenta la gobernabilidad de nuestro país.
jshvelez@hotmail.com
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