El domingo pasado recorriendo una pequeña porción del desierto chihuahuense, en el suroeste del estado de Coahuila, entre Viesca y el Bajío de Ahuichila, nos encontramos a Don Juan García, del ejido Nuevo Cuauhtémoc, con su camioneta Ford, de modelo más o menos de finales de los setentas descompuesta. En esa región muchos de los que en ella transitamos nos conocemos. O nuestras familias se han relacionado desde la época de la explotación del guayule, en los años cuarentas del siglo pasado. Aquí todavía se acostumbra, al ver a alguien tirado en la carretera, pararse, saludar y preguntar si algo se ofrece. Son rutas de tránsito de poco flujo vehicular. Las poblaciones en ésta zona cuentan con una muy baja población. Todos sabemos cuando se descompone nuestro vehículo que puede pasar mucho tiempo para divisar a algún cristiano aproximarse al lugar de nuestra angustia. Por eso todos nos ayudamos.
Don Juan había desmontado su carburador, lo tenía en las manos cuando le preguntamos ¿qué se le ofrecía? Además de atender los asuntos del campo, de conducir su troca, la hace de mecánico, entre otros oficios, por ello nos contestó, con tranquilidad y dueño de una seguridad incuestionable, "ya en un rato lo tengo arreglado, lo monto y sigo mi camino, muchas gracias". Nos volvimos a saludar y nos despedimos. Si esto hubiera sucedido en la ciudad, con un amigo o conocido, nos hacemos guajes, como que no lo vemos, seguimos nuestro camino, y sí nos paramos a auxiliarlo como nadie de nosotros sabe de mecánica, en el mejor de los casos, solicitamos una grúa o lo acompañamos hasta que llegue la grúa o el mecánico al que llamó en su auxilio.
No cabe duda, cada vez somos más dependientes y menos solidarios. Hemos perdido muchos de los oficios que antes desarrollaban nuestros familiares para hacer frente a las circunstancias de la vida diaria. En mi familia, mi mamá, además de hacer de comer, lavar, planchar y atender los asuntos de la casa, hacía nuestras camisas, chamarras, calzoncillos, y los vestidos y las blusas de mis hermanas en una máquina de coser, marca Singer. Vivíamos en una comunidad minera donde no había energía eléctrica, agua potable y drenaje, y sin embargo, mi mamá, mis tías y mi abuela Eloisa además de cocinar y atender la casa resolvían el problema de conservar los alimentos, pues no contaban con refrigerador.
En la temporada que había mucho tomate compraban suficiente, por rejas, hacían mermelada, conservábandola en frascos y otra parte lo cortaban en rodajas, lo colgaban para que se deshidratara y después cuando lo necesitaban para cocinar lo hidrataban. Lo mismo hacían con las calabazas y otras verduras. Los chiles los preparaban en conserva con vinagre y los íbamos consumiendo día a día. La carne la ponían a secar, salándola, sobretodo la de venado. Los quesos también los guardaban en un lugar fresco y bien ventilado, fuera del alcance de las moscas, con tela mosquitera. El pan lo cocinaban y duraba muchos días, no como el de ahora que de una día para el otro ya está duro. Las gorditas de horno rellenas de chicharrón, nata, chile con queso, frijoles y otros ingredientes se conservaban por muchos días, sin refrigeración.
Los huevos y las leche se obtenía de las gallinas y de las cabras que teníamos en la casa. En el corral nunca faltaba algún cerdo o un guajolote. Se cultivaba maíz y frijol para el autoconsumo. Gran parte de lo que se consumía lo proporcionaba la naturaleza, lo preparaban en las casas o lo manufacturaban los miembros de la familia. Poco a poco hemos perdido nuestras tradiciones , costumbres y nuestras formas de vida como lo planteo Adolfo Orive en la presentación del libro "Evocaciones del sabor y del alma" de Arcelia Ayup Silveti: "El neoliberalismo, introducido desde hace un cuarto de siglo y desde las alturas dominantes del Estado con la complicidad del capitalismo menos productivo de todos, sistemáticamente, ha estado socavando nuestro mestizaje cultural pretendiendo transformarlo en una simple caricatura del american way of life. El libro de Arcelia sobre la comida mexicana con herencia española y libanesa además de ser un medio creador de momentos felices, es un instrumento poderoso para que en los hogares mexicanos impidamos la intromisión de esas armas de destrucción masiva de nuestra cultura que son el fast food, la hamburgesa, los hot cakes y la comida chatarra".
Salvador Hernández Vélez
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